Se va a cumplir un año (el 28 de diciembre, Día de los Inocentes, por si alguien no lo recuerda) del acuerdo que suscribió el futuro ministro de Economía, Martín Lousteau (como titular del Banco Provincia), con el grupo «Clarín». Una historia casi sepultada, pero inolvidable: en esa fecha, en forma de venta, el BAPRO le devolvió a «Clarín» 18% de la sociedad Prima. Saldo de la operación final luego de 4 años: el monopolio obtuvo una utilidad de 84.976.700 dólares, mientras el BAPRO aceptó una pérdida de 79.900.000 en la misma moneda. Lo que se dice una operación redonda (al menos, para unos pocos).
En rigor, no se debería atribuirle responsabilidad a Lousteau por este saldo ominoso; apenas fue el último eslabón para cerrar un expediente escandaloso -incluyendo una «reprivatización» en tiempos de gobiernos que sólo alientan las «reestatizaciones»-, terminar con un negocio que tal vez complicara aun más al banco y apartarlo de una actividad ( Internet) en la que pocos entienden que se haya incluido. Lo cierto, sin embargo, es que ese convenio celebrado cuando ya arreciaban las fiestas de fin de año -y la gente suele desatender cuestiones clave-concluyó en una ventaja económica brutal para «Clarín» y en una pérdida inaudita para el Banco Provincia (y todos los ciudadanos que pagan los impuestos).
Nadie imagina una investigación sobre ejercicios contables que, técnicamente, deben parecer inobjetables (con empresas internacionales refrendando la operatoria, claro). Tampoco se puede sospechar que un juez se adentre a ese compromiso: corre serios riesgos de perder el cargo. Además, el epílogo que determinó Lousteau en apariencia no sólo entierra un cadáver económico, sino que también diluye la participación de responsables políticos que iniciaron la magistral burbuja que ocasionó la depredación al Banco: duhaldistas, cavallistas y algún funcionario (o más) que hoy sirven en la administración Kirchner.
Difícil que este recuerdo de «amigos son los amigos» (a costa, claro, de la candidez de los ciudadanos) aparezca en otros medios. Nadie, ni las más entusiastas ONG de la transparencia se rasgarán por estas felonías, menos legisladores ( oficialistas o de la oposición, progresistas o conservadores) o espontáneos fiscales denunciantes. Casi un fenómeno de complicidad general para mantener la «limpieza» del cierre del caso (y el caso mismo). Tampoco los pulcros emblemas del monopolio, autores de códigos de moral y ética periodística, se preguntarán de dónde proviene el dinero de sus salarios cuando todo el día impugnan e interrogan sobre el dinero de otros. Por no hablar de los funcionarios bonaerenses que revisan hasta el ingreso de los que viven en un FONAVI, los persiguen con cartas documento y amenazas de prisión porque se atrasan un mes en el pago de impuestos. Es parte de una Argentina donde el Estado pone y nunca saca, donde los que pagan son siempre los mismos.
No estaba Lousteau en el Banco Provincia, sede del centro de estudios que produjo la megadevaluación de Eduardo Duhalde, instituto que a principios de la década albergaba en sus directorios a cavallistas y peronistas del distrito que respondían a Carlos Ruckauf gobernador (un privilegiado en las páginas de «Clarín»), quien a su vez bendecía las instrucciones de su sumo protector, Duhalde (a quien en el medio del monopolio se lo ha considerado una suerte de « estadista»). Por entonces, 24 de febrero, el grupo «Clarín» invierte en apariencia 46.480.300 millones de dólares en una empresa de aire llamada Prima. Nueve meses más tarde, sin ninguna explicación razonable, el Grupo BAPRO se pega a este emprendimiento, sólo que ahora la sociedad está valuada en 341.630.400 millones de dólares. O sea que la compañía -un portento de exitosa capacidad, casi sin antecedentes en el mundo-incrementó 635% su valor. Al menos, para los ojos de los funcionarios del Provincia, que decidieron aportar 75 millones de dólares por 18% de la empresa. O sea que, en 9 meses, el monopolio obtuvo casi el doble de lo que había invertido y por menos de 20% de una sociedad a la cual sacudirían luego las tormentas del negocio de Internet. El secreto de la picardía operacional -si uno desea considerarla de ese modo-se concentraen aquella formidable aceptación y aporte (en tiempos en que no se brindaban siquiera créditos) de que Prima se valuó, en apenas 9 meses, en 635%. Más fácil que vender el Obelisco.
Después no hubo grandes cambios -Prima pasó a llamarse CMD-y, en diciembre pasado, con la firma de Lousteau, el BAPRO le vendió a «Clarín» (y a una empresa Vistone, cuya regencia pertenece al monopolio) 18% de la sociedad en 15.100.000 dólares. En esa fecha, los 75 millones que había aportado originalmente el Banco, si se hubieran colocado a una módica tasa de 4%, habrían significado 95 millones de dólares. Con lo cual, al cerrarse la operación, el BAPRO perdió 79.900.000 y «Clarín» obtuvo una utilidad final de 84.796.700 millones de dólares. Por supuesto, esto debe considerarse como una contribución de las autoridades bonaerenses a la libertad de prensa. Nunca más desgraciada la definición.
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