Otro post ilegible. De extensión antipost. Por qué tener un blog y no respetar las reglas de lectura de un blog. Por qué defender al juez Garzón, comparar las tragedias argentina y española, y analizar el comportamiento del partido judicial en 15 mil caracteres.
Bueno, porque sí, porque soy soberano al menos en esto.
Y antes de venir a criticarme a mí por qué no van a preguntarle a ese viejito de la foto por qué tiene esa tierna imagen de abuelito copado, comunista, y fragil, pero levanta el brazo como una rata nazi.
Las dos Españas y las dos Argentinas
Montones de personas salieron a la calle, manifestándose en dos grupos enfrentados por el apoyo o el rechazo a un hombre que no es Lionel Messi sino el juez Garzón, volviendo a dejar claro que las dos Españas de Antonio Machado siguen más vivas que nunca.
El juez Baltazar Garzón, más conocido acá por su intervención en casos de violaciones a los derechos humanos de ciudadanos españoles durante la dictadura militar padecida por Argentina entre el '76 y el '83. Cuando se empezó a escuchar de él, nuestro país ya había sabido juzgar a sus asesinos y aún ignoraba cómo conservar la mayoría de sus epopeyas.
Había pasado de ostentar el primer lugar de la región en llevar a los asesinos ante la Justicia a comerse, primero, los pijazos de la obediencia debida y el punto final del padre de la democracia y, después, el garchazo de los indultos y la acabada en la cara del abrazo con Rojas.
El golpe militar ocurrió con la anuencia de una parte de la ciudadanía, la complicidad de otra parte y el impulso de otra. Tres formas de connivencia que también sucedieron en el plano internacional.
Su misión, la que enunciaban públicamente, era la de terminar con la supuesta anarquía que asolaba al país, combatir al terrorismo y a la subversión, y defender a la Nación de la amenaza comunista.
Su misión, la que inspira el alma de los guerreros por esos motivos idealistas y humanistas por cuya permanencia en la Humanidad vale la pena dar la vida (la Libertad, la igualdad, etc.), era el botín que prometía la campaña. Fieles a la tradicional estirpe heroica del ejército y de otras campañas, como la del desierto, el subversivo y el salvaje se parecían tanto como los bienes de unos y las tierras de los otros.
Pero su misión real, la que no todos conocían pero sí callaban cautelosa y pérfidamente, era el cumplimiento de las órdenes (como no podía ser de otra manera, siendo soldados) del plan de acciones al que aceptaron someterse. Impuesto desde el extranjero por intereses internacionales que, a grosso modo, intervinieron una vez más en la tensión Patria-colonia. A favor de la colonia, naturalmente.
Nacionalistas contra la Nación y terroristas, la defienden
Los pretendidos nacionalistas debieron acudir al pacto cipayo para ser reestablecidos al statu quo, amando más que nunca a la bandera y menos que nunca a ese pueblo inmenso que los rechazaba y que les disputaban tanto la renta como las instancias de decisión, y que no podía ser que semejante negraje fuera la nación ni que siguiera ileso tras tamaña intentona.
Atacaron a la industria nacional, abrieron la importación, compensaron con artimañas financieras y fraudes a la administración pública a los leales perjudicados que hasta allí vivían de esa industria, continuaron la destrucción de una poderosa estructura estatal, trocaron en mendigo a un pueblo soberano obligándolo perversamente a recibir limosna de mano de quienes llevaban en sus bolsillos su dinero saqueado, glorificaron al sistema financiero, etcétera.
Y también, en esos siete años sin estado de derecho, ocuparon y organizaron las instituciones, según todas esas necesidades presentes y las futuras del poder establecido, dejándolas preparadas para el regreso de la democracia.
Los militares, suerte de testaferros del nuevo poder establecido, fueron la avanzada del ejército de los usurpadores que no lograban tomar el poder formal por la vía electoral. A la vez que eliminaban clandestinamente a quienes sabían opositores a ellos y al poder que establecerían. Y eliminaban a quienes les conocía prácticas impropias como la participación política activa o la cópula homosexual. Y organizaba sus batallones, militares o civiles, en distritos institucionales claves, como la Justicia, la Política, los medios, etc.
Batallones como el de los medios, por ejemplo, hasta el día de hoy sigue redituándolos. Del de la política tampoco se pueden quejar. Aunque puede decirse que el de la Justicia es el verdadero empleado del mes, de cada mes desde tiempos ah.
Porque la política, a pesar de la contundente eficacia real en su favor, no deja de ser un distrito, formalmente, menos seguro. Por más medios de que disponga para su apuntalamiento, nunca garantiza el cien por ciento del control, condenada como está a la práctica democrática. Paradójicamente, los reyes del pragmatismo y el exitismo, no logran descansar completamente en tan contundentes resultados.
La Justicia es otra cosa. La familia judicial, incluso más que la familia militar, es absolutamente impermeable. Controlable. Leal. Constituye una sociedad cerrada que no sufre modificaciones desde el exterior, sino que se preserva y se reproduce culturalmente en su mismo seno. Asegurando su permanencia mas también la herencia de sus compromisos.
Como a los nazis, como en Vietnam, como en España y como acá.
En España la historia, a pesar de sus diferencias fundamentales, no devino tan diferente. Atravesando la superficie, las dos Españas, como las dos Argentinas, pelean por dos concepciones de mundo diferentes, dos formas de organizarse, dos ideologías políticas.
En España como en Argentina se enfrenta un bando cuyos privilegios son amenazados con otro de pretenciones humanistas. Allá como acá es la derecha contra la izquierda. La derecha se autoproclama como el nacionalismo y es proclamada como fascismo por la izquierda. Así como la izquierda se piensa defensora de valores humanistas como la libertad, la igualdad y la justicia y es pensada como la amenaza roja.
En Argentina, el contexto internacional que propició al peronismo fue el de posguerra, la misma guerra cuyos momentos previos fueron el contexto de la España del bienio progresista.
En la Argentina, el escenario interno era el de una saliente oligarquía privilegiada y violentamente injusta que, a costa de las multitudes, se mantenía en un poder político que entonces poseía el atributo de seguridad de la Justicia de hoy, puesto que basaba su preservación en el fraude. Esa época se conoce como La década infame. Naturalmente, nada podía ofrecer el peronismo a esa oligarquía apátrida que lo había tenido todo.
En España, el actor político saliente del escenario interno era nada menos que la monarquía, dando paso al gobierno democrático de las diferentes fuerzas obreras y de izquierda (con mayoría del PSOE) que condujeron la república recién fundada.
En España como en Argentina, la derecha pierde las instancias de decisión porque su imagen estaba íntimamente ligada a los malos gobiernos anteriores y su actividad política se había ido disipando en la comodidad de los privilegios de su relación con el antiguo poder.
En España como en Argentina antes que una concepción ideológica, o una serie de principios y valores, el fundamento de la derecha está más ligado a la conservación o la recuperación de un estado anterior de las cosas, resultando tal superficialidad intelectual, paradójicamente, un núcleo de cohesión mucho más fuerte y efectivo para sortear las diferencias internas que el de los republicanos y la compleja combinación de producciones políticas de sus fuerzas componentes.
Los levantamientos anarquistas que hicieron caer al gobierno progresista en España pueden ser puestos en relación con los socialistas y comunistas que conformaron la Unión Democrática pero no lograron más que delatarse antipopulares.
En Argentina como en España 15 años antes, el gobierno popular naciente trabajó fuertemente en la consolidación de derechos y políticas humanistas muy avanzadas. Cuya destrucción fue el primer objetivo de la derecha en el poder.
En España como en la Argentina, el grueso de la derecha estaba compuesto por “aquellas clases más o menos privilegiadas hasta entonces, (burgueses, aristócratas, muchos militares, parte de la jerarquía eclesiástica,terratenientes o pequeños labradores propietarios, etc.), que tras la victoria del Frente Popular veían peligrar su posición o consideraban que la unidad de España estaba en peligro”, según la wikipedia.
También allá como acá, el sector popular contenía a los demócratas constitucionales, los nacionalistas periféricos y los revolucionarios. Éste era un apoyo fundamentalmente urbano y secular, aunque también rural en regiones como Cataluña, Valencia, País Vasco, Asturias y Andalucía.
Familia judicial 2010
Tanto España como Argentina llegaron al 2010, y ambas lo hicieron con los que sobrevivieron, allá, a la guerra civil, y acá, a la dictadura. Allá, sin el millón de caídos en los 30 años que pasaron entre guerra y franquismo, y acá, sin los 30 mil desaparecidos durante los 7 años de la última dictadura y el resto de los asesinados desde el golpe del ’55, en la Plaza de Mayo, durante la resistencia, la lucha armada, etc.
Allá como acá, en contextos diferentes pero por motivos similares, se quemaron iglesias. Pero allá los atentados contra los curas eran cosa de revolucionarios y acá, cosa de la derecha y los militares. Porque allá, la Iglesia era un actor político muy importante, el factor de poder que sostuvo monarquías y acrecentó privilegios. Acá tocó la camada de curas llamados “del tercer mundo”, más amigos de los pobres que de la jerarquía eclesiástica, de cuya actividad relacionada con la teoría de la liberación proveyeron de importantes cuadros a las filas de la causa popular.
Allá como acá el desencadenante fue un golpe de Estado, pero las simetrías de allá hicieron derivar en una guerra civil y las asimetrías de acá, lo hicieron en forma de genocidio o terrorismo de estado. Mientras acá los militares pudieron abolir de inmediato la vida intitucional sin temor a la ínfima minoría armada, allá el gobierno republicano no declaró el estado de guerra hasta casi su final (para mantener el control civil de todas las instituciones), y el gobierno de Franco, en cambio, no levantó la declaración hasta varios años después de terminada (para garantizar su control militar).
Allá como acá, la realidad estaba íntimamente ligada al contexto mundial. La cantidad de voluntarios mundiales que combatieron en las filas republicanas, por ejemplo, dan cuenta de ello.
Mientras España prologaba la guerra mundial entre fascismo y liberalismo, autoritarismo y estado de derecho, Argentina sufría su asuelo con la excusa de la presunta guerra fría que en el mundo se llevaba adelante.
Tanto allá como acá, la ficción de las derechas se construyó con el diseño inicial de un clima de inseguridad social, apuntalado por disturbios callejeros, atentados y confusión mediática; y se consolidó con el fantasma de la amenaza roja. Con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) constituída en el mal, le relacionan a todas las izquierdas y son acusadas de antinacionalistas mientras, acá por ejemplo, quienes servían a los intereses foráneos era la misma derecha. Mientras el aparato ficcional de las derechas acusaba a las izquierdas por sus supuestas pretenciones de querer implantar en ambos países costumbres de una idiosincracia ajena, fueron ellos mismos quienes impusieron por la fuerza su voluntad sobre la del pueblo. Fueron ellos el verdadero fantasma que, acá, se cargó la idiosincrática cultura laboral del pueblo, o el constitutivo espíritu revolucionario, participativo y comprometido, combatiendo su costumbre soberana y minando su fraternidad.
Tanto allá como acá, los atributos diabólicos que la ficción de la derecha otorgaba a la amenaza roja coincidía exactamente con las prácticas de la derecha. Es decir, comprenden exactamente cuáles son las cosas que están bien y mal, acá y allá.
Por ello pusieron tanto empeño en reforzar el batallón judicial que en España como en Argentina les cubriría la salida. Los delitos de lesa humanidad son imprescriptibles en todo el mundo, en España y en Argentina.
Cuando Baltazar Garzón se declaró competente en la causa que investigará los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la guerra civil española y los primeros años del franquismo, fue acusado de prevaricato. El batallón judicial español, cono el argentino con las derogadas leyes de obediencia debida y punto final, se había asegurado con leyes de amnistía que se impidiera revisar los delitos cometidos por la derecha española, con un espíritu contrario al que se ha comprometido la Justicia mundial.
El prevaricato es el delito que comete una autoridad, un funcionario o un juez "a sabiendas” cuando dicta “una resolución injusta ". El partido judicial español, como el argentino, suelen no reparar en la coherencia ni en la justicia ni en la ética de sus acciones. Por ello los ibéricos pueden considerar sin titubeos que existe prevaricato, una resolución injusta, cuando el juez Garzón acepta investigar delitos a la humanidad, pero no logra ver ni un indicio de injusticia en la resolución que lo impide.
Por todo esto es que El Club del Fernet no se sonroja por su insignificancia y apoya a Garzón. Para que los pueblos tengan en la Justicia las garantías de que serán respetados, en sus libertades, en sus derechos, en su seguridad, en la distribución de bienes, en sus posibilidades de desarrollo, en sus individualidades, sus consensos y disensos. En Fin. El contrato que una comunidad decide honrar al constituir una república, el estado de derecho con que es beneficiado quien acepta entregar parte de su absoluta libertad al control estatal, no pueden ser víctimas de la injusticia política como sucede con la distribución de los accesos al sector productivo o al mercado de consumo, porque toda inequidad es madre de la violencia, la separación, la enemistad, el delito y demás crisis humanas.
Sólo las garantías de equidad permiten la comunión del pueblo.
Garzón fue diputado por el PSOE 62 años después de aquella elección histórica de ese partido. Antes, había perseguido al narcotráfico. Después, volvió a la Audiencia Nacional, investigó el llamado terrorismo de Estado, haciendo caer al mismísimo ministro del Interior del PSOE, José Barrionuevo Peña, relacionado con los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), en la llamada "guerra sucia" contra el terrorismo. Incluso colaborando con la derrota del PSOE en las elecciones de 1996.
Más tarde pidió el arresto de Agusto Pinochet, manifestó su anhelo de investigar la participación de Henry Kissinger en las dictaduras latinoamericanas e inició los procesamientos de militares argentinos que terminaron con la condena a 640 años de prisión para el represor Alfredo Scilingo.
También le apuntó a Silvio Berlusconi, investigó al banco BBVA, uno de los barrotes de nuestro corralito, por lavado de dinero en sus sucursales del esterior, nada menos que en el año 2001. Criticó duramente al gobierno de Estados Unidos por Guantánamo, fue un activo militante contra la guerra de Irak de 2003, y ordenó el arresto de Osama bin Laden, jefe de la red terrorista Al Qaeda.
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