11 marzo 2009

Pena de muerte espontánea

·Cuando Susana fue sagrada. Con Marley, en la India.


Susana Giménez es uno de los personajes más populares y más ignorantes de la televisión argentina. Siempre se sirvió de esa popularidad, tanto como de esa ignorancia.
Así, al amparo de la pregunta sobre la sobrevida de los dinosaurios, o su simpático asco por Nelson de la Rosa, mecha la candidez más absoluta para evadir impuestos y simularse discapacitada para garpar un poco menos un Mercedez Benz.
Con la espontaneidad más fresca le puede preguntar al titular de un hospicio para niños desamparados, que le justifica una recaudación millonaria y que le reclama un poco más de esa torta gigante, si planea construir un sheraton con tanto dinero.
Esa espontaneidad no da lugar a pensar que de otro modo, el sheraton se lo construían ella, corcho y Galimberti.
Que el titular del hospicio terminara siendo un abusador sólo es anecdótico, puesto que en ese momento no lo sabía y si lo sabía no se hizo cargo de la denuncia.

Susana se ‘agarró’, como dicen los pibes ahora, a lo más granado del coginche farandulesco. Y en los mejores momentos de cada uno. Al Darín lindito, al Monzón salvaje y aún no tan deteriorado…
No paró de cosechar popularidad a costa de su humanidad bruta: su belleza, medio distinguida y medio del barrio, sus parejas, después los escándalos, y más ignorancia y jet set y privilegios y distinción de clase.
Porque para esa clase, la que tiene el dinero y bienes y seguridad, los chorros son poco menos que chimpacés salvajes y dañinos. Como si esos a lo que la clase de Susana llama negros de mierda, se hubieran constituído como tales, con las característica requeridas para ser así denominados, independientemente de sus condiciones de vida. Como si hubieran vivido todo el día en el living de Susana. El de acá o el de Miami. Sin importar si lo acaba de sacar a hacer un trabajito el Servicio Violatorio Penitenciario. Y sin importar si esas personas tienen hijos enfermos o con hambre o con la necesidad que sea y que no pueden complacer, y la gente como ella que se considera superior y con acceso a muchísimos más consumos que esos negros en los que ni piensa cuando espera que con sus teléfonos engrosen cada vez más sus pajares de Mercedez Benz.

¿Hay alguien que a esta altura pueda pensar que, después de 60 años de profesional, Susana no sepa manejar su imagen?
Puede no ser cómplice –esperemos- de la avanzada publicitaria que invierte en producción y difusión de los delitos. Puede sólo ser víctima otra vez de la ignorancia que pretende inseguridad sólo a los atentados contra la propiedad privada y a los delitos de ello derivado, y entonces procurarse una falsa justificación. Pero no puede escudarse de nuevo en su ignorancia reflexiva, en su espontaneidad selectiva.

Ahí la acompañan unos cuántos, la menemista Moria, algunos que lo hacen por la fuerza del cariño, otros porque realmente están entongados con el negocio de la seguridad y muchos otros inventados. Como el caso del flaco Spinetta, a quien los medio mercenarios lo anunciaron a favor de la pena muerte y en el textual bruto, Luis Alberto se manifestaba en contra de la pena de la pena de muerte, pero agregaba que de todas maneras ‘hay algunos a los que habría que pegarles un tiro en la cabeza. A esos que nos llevaron a esto, a esos que en lugar de construir escuelas y hospitales apostaron al shopping’, dijo, con su genialidad.

Los medios están más mercaderes que nunca y se mantienen comerciando nuevamente dentro del templo, de la Iglesia, de la televisión, en la Cultura, en la Salud, en la vida…

Cuando los que se morían, por los delitos o de hambre, eran los hermanos de esos chicos que hoy salen a chorear, eventualmente drogados, eventualmente armados, muchas veces obligado, siempre, siempre, desesperados, no importaba. De hecho a ella el menemismo y los milicos no la disgustaron nunca. Eso demuestra que no es justiciero el dolor de Susana, ni su declaración, y que para espontaneidad ya hace años que le suge naturalmente el gorilismo, el piojoresureccionismo, la limpieza del otro por interpósitas personas pagas.

Está claro que esta es la Susana que apoyó a Mauricio Macri aduciendo que no iba a robar porque ya tenía plata y ahora le pone sal a uno de los negocios más importantes. No se puede negar que, en todo caso, Susana siempre tuvo la espontaneidad bien orientada y la ignorancia al servicio de.