12 junio 2010

Con el Diego, a morir

Listo, la historia del campeón mundial de fútbol 2010 larga en unas horas. Estoy a pleno, contento+nervioso=ansioso. Encima, tengo que trabajar. Por suerte, con el partido como material.

Estoy y quiero estar fanatizado con la Selección de Diego.

Por un lado, el fanatismo, en tanto que pasión desmedida, implica una cierta pérdida de raciocinio. En mi caso personal, ello consiste, por ejemplo, en el olvido militante de cosas como la ausencia de Román, la cama al querido Coco, la presencia de Bilardo en el equipo técnico, el joggo feíto de las eliminatorias, La Noche del Diez, las declaraciones en contra de jugar en La Paz de algunos de sus jugadores, el abrazo con Menem, o con Pelé, en fin.

Por otro lado, en su vieja concepción, el fanatismo denota a los protectores (o guardianes) del templo, derivación del cruce entre fanatismo y religión. Y ese es el aspecto que ayuda a completar el sentido. Sin el cuál, el fanatismo no puede ser comprendido.

Se dice que a Diego se lo ama o se lo odia. Se dice que es 'controvertido', que sus declaraciones son 'controvertidas', que es un 'bocón', impresentable, o una vergüenza internacional. Se ponen en duda sus modales, sus derechos, sus opiniones y su conducta, entre otras muchas cosas. Como villero. O negro de mierda.

Parece cosa extraña, a simple vista, semejante aversión hacia a una de las personas que, sin dudas, más alegrías proporcionó al pueblo argentino. O que alguien pueda avergonzarse por el 'qué dirá' el mundo de sí mismo por culpa de Maradona. Cuando, si el mundo tiene algo que decir de algo que se llama Argentina, en gran proporción se le debe al Diego.

Parecerá cosa extraña, pero no lo es. La historia nacional está atestada de ejemplos del rechazo popular a instancias y personalidades más benefactoras, rechazo cuya virulencia es directamente proporcional a las condiciones de felicidad generadas.

No obstante la cantidad de ejemplos, no hay explicación científica para tal comportamiento. Sí hay mayor o menor acuerdo en una suma de aspectos que, en su conjunto, seguramente, sean un cuadro más certero del estado de situación. A la vez que conviene no olvidarse de la insidencia de factores de poder, influencia mediática, conveniencia política, intereses empresariales, etc.

Hay que sacar los odios menores fundamentados en diferencias estético-futbolísticas o en enemistades de hinchadas. Paradójicamente, la envergadura del odio es inversamente proporcional a la consistencia de sus fundamentos.

El odio y el desprecio que despliegan algunos -pocos, pero de gran capacidad de bochinche mediático- contra Maradona, tienen orígen de clase, son de tipo discriminattorio. En él se combina, desde una especie de resentimiento hacia la suerte de ese villero de mierda que terminó en estrella millonaria, hasta la pesadilla de que la "anarquía imperante" en el mundo derive en un país -o en un universo- cuya lógica interna termine de degenerar todos sus valores, donde la "gente de bien", "decente" o "trabajadora" pierda privilegios a mano de un sector evidentemente inferior, promoviendo un país de negros vagos. El país bananero que siempre temimos ser.

Un amigo me contó hoy, justamente, la siguiente charla, mantenida con el chofer -oyente de Ari Paluch- de la combi que lo trae a la Capital desde el oeste del Conurbano, luego de que el conductor manifestara su deseo de una derrota temprana para la Selección:

Pasajero: -Che, xxxx, ¿querés que el lunes te traiga de regalo la camiseta de Nigeria o directamente la de Brasil?
Chofer: -No me vas a decir que pensás que vamos a llegar a algún lado con este impresentable
P: -¿El mejor jugador del mundo de todos los tiempos, decís?
Ch: -Dejame... Para mí, si Maradona hubiese nacido mudo hubiese sido lo más grande del mundo
P: -Y si vos hubieses nacido mudo, serías piloto de aviones.

Todos saben de qué les hablo. Todos escuchamos, más de una vez, que "quién se cree que es este tipo", "quién es Maradona para criticar al Papa" o variantes como "se cree que porque jugaba bien a la pelota, puede...". O expresiones como "qué injusto es que a un jugador de fútbol gane tanto y un maestro tan poco". Más cercanos sonarán los ejemplos de las frases que disfrazan de pretención educativa a los fundamentos, a raíz de su "que la sigan chupando".

Son todos disfraces, para no reconocer -o reconocerse, incluso- las verdaderas motivaciones racistas de su odio. Disfraces de "en nombre de la Nación", "de Dios" o "de la moral". Entiendo el doble atributo del acto de opresión, que a la vez que cumple con los fines inmediatos de la represión concreta, tiene la capacidad de reproducirse. Lo que explica la multiplicación tanto de actos represivos como del lenguaje del represor.

Es impresentable, entonces, para quienes pretenden presentarlo. Se condenan sus placeres. Se ataca directamente su modo y su autoridad para opinar, de la misma forma en que sienten vedada su propia opinión, y aplicándole el tamiz canónico de su propio opresor. En fin, atacan su soberanía. Y ahí, sí, ya aparece un templo que custodiar. Un argumento completo para mi fanatismo.

¡¡Vamos, Argentina, carajo!!
Dale campeooo, dale campeóo