28 octubre 2010

De repente

1.

Se fue como vino. De repente.

De repente había uno que se parecía a Tristán.

Sus movimientos torpes, su modo de hablar torpe, sus ojos de alineación torpe y su voz de frenillo corto, tan distante de la de serios locutores y políticos cancheros, una voz torpe, nos parecía que lo perjudicaban. Ahora pienso que no, que quizás fue ese alo de torpeza el que burló los prejuicios de los popes corporativos, el mismo que tal vez también lo resguardó del todos del que se vayan todos.

Una de las cosas que se va a decir de Néstor en los manuales de historia es que tenía una capacidad asombrosa para revertir situaciones adversas.

Hoy nadie se acuerda de quién es Tristán. Ni De la Rúa, por ejemplo. De la Rúa se la pasó todo su mandato tratando de salir del estudio de Tinelli. Néstor tomó el bastón de mando al revés pero solucionó su incertidumbre de inmediato, revoleándolo para acá y para allá.


2.

Todo el mundo es prisionero de sus subjetividades. Todos miramos con nuestros ojos, tocamos con las propias manos y recordamos con imágenes personales.

Yo pensé todo el día en una parábola propia. En el 2003 yo vivía con mis viejos. Me acuerdo de la risa de mi vieja cuando Néstor asumió, caminó entre la gente con su saco abierto, y se chocó con una cámara. Una risa que se le ahogó –madre, tenía que ser- cuando vio la sangre en su frente.

La risa de mi vieja es una de las cosas de la vida que me proporciona una felicidad inmediata. Más felicidad y más instantánea que la merca.

Hoy tengo esa risa intacta en la mente, como si no hubiera pasado un solo día de los más de siete años que pasaron. Y me presiona la cabeza desde que esta mañana su llanto en el teléfono cerró la historia.

Atendí el celular, que decía que era ella, y su voz entrecortada, grave, casi ronca, me preguntó “¿Estás viendo la televisión?”. No gritó “murió Kirchner” ni ninguna de sus variantes, ni dio rienda suelta a su llanto, trató de no asustarme, de suavizarme la mala sangre, primero me cuidó. Mi vieja es de esas que dan la vida por la familia, cada uno de sus días, sin jamás jactarse de nada. Nunca se le pasa una necesidad ajena, como nunca faltó ni un vaso en la mesa. Siempre me pregunté por qué los funcionarios no tienen al menos a una madre entre sus asesores.

Si hasta ahí lloraba como un hombre, su esfuerzo terminó de convertirme en una niña.

“Sí, es un desastre”, le contesté. Recién ahí largó el llanto. Miraba a Néstor en la televisión y escuchaba a una mujer destruída, como cuando miraba a Néstor en la televisión y escuchaba a una mujer feliz.

No serán categorías de la ciencia política pero, para mí, Néstor fue eso que fue de la risa de una mamá al llanto amargo de despedida.

3.

Dormí poco. Me había acostado tarde y temprano apagué el despertador para esperar al censista. Casi como un acto militante. Siempre tuvo sólo dos lados la política argentina. Nadie, ninguno, por más que se crea lo que se crea, está fuera de uno u otro. No importa ahora definirlos. Quería esperar al censista con la casa limpia y la mesa ordenada. Quería mimarlo, invitarlo a pasar, convidarlo, que sintiera nuestra confianza. Quería, por poco que fuera, que mi lado estuviera bien representado. Si el otro lado había operado en contra del censo, había trabajado el miedo y la desconfianza, yo quería hacer todo lo contrario.

Cuando ya estaba listo para la visita, con la tele apagada y la música prendida, un “Murió nestor!” escrito en el teléfono se convirtió en el mensaje de texto más triste de todos. La fuente era muy confiable, pero igual tuve que ir a la televisión para terminar de entenderlo.

Tenía el celular en la mano. No sabía cómo decírselo a Penélope sin shockearla. Se lo dije en voz baja. No me creyó y levanté la voz. Tuvo que venir a la televisión para entenderlo. Sonó el teléfono de casa.

El @aguilucho estaba del otro lado de la línea, más muerto que Néstor. No se puede decir que hablábamos. Llenábamos los espacios entre los sonidos guturales con palabras avaladas por el diccionario, como para que no parezca una charla de monos. “Terrible”, “increíble”, “es un desastre”… hasta que el @aguilucho dijo una frase entera: “siento que se murió un pariente, alguien cercano al que conocía mucho”.

Todavía apretaba el celular con la mano derecha cuando empezó a sonar el llamado de mi mamá. Corté con mi amigo y, una vez que mi vieja se aseguró que estaba enterado, me dijo: “siento que se me murió un pariente muy cercano”.

Traté de consolarla, y, ante mi impericia para el consuelo, me decidí por un rosario de puteadas contra la oligarquía, intercalando las mejores medidas del kirchnerismo, para correrla un poco de la angustia depresiva de la tristeza. A los tanos nos es más saludable la rabia.

Por suerte le tuve que cortar porque llegó el censista. Cuando abrí vi que era “la” censista y cuando nos sentamos frente a ella vi que Penélope y yo llorábamos en silencio agarrados de la mano.

La mujer ordenaba sus papeles y hablaba como desde lejos. Alguien no la atendió y alguien no la dejó pasar. Pensé que no quería hacerse cargo de nuestras lágrimas, pero ahora supongo que no las vio porque la televisión dijo “consternación” y ella se apuró a decir “yo no, yo no estoy consternada”.

La mirábamos en silencio. Pensé un chiste para más tarde. Para ajusticiarla ante mis amigos. “No quise provocar el primer muerto del censo, para no hacerle el juego a la derecha”, pensé que remataría el relato, mientras la censista llenaba varios puntos sin preguntar. Pero, cuando preguntaba sí nos miraba y no pudo no habernos visto los ojos hinchados y rojos, o las mejillas mojadas. Sin embargo, la emprendió contra el censo y sus preguntas. Y nosotros manteníamos el silencio. Creo que sentíamos lástima. Yo sentía lástima. Me pregunté si sería docente, si habría estado mejor que ahora en otra época y qué pensaría del futuro. Penélope contestaba sola porque yo estaba extraviado. Me acordé de “no preguntes por quién doblan las campanas…”. Pensaba preguntas, pensaba cómo puede ser que el libro de Hemingway tenga tantos años y todavía no lo hayan aprendido. Pensaba si la compasión no sería más dañina que un cachetazo o un par de gritos. Al menos para que no vaya repartiendo su veneno con las preguntas. No me decidí.

4.
Me interrumpió la censista porque necesitaba saber si la semana pasada había trabajado al menos una hora. Y el sentido de la pregunta me preocupó. Espero que ello no constituya un índice de empleo. Ordené jerárquicamente los problemas y me sentí un triste pelotudo viéndome tras la causa del Censo, militando por el bienestar de los censistas.


Néstor, al revés. Siempre hubo grandes causas detrás de cada puntada. Parece mentira. Nadie daba nunca dos pesos por el flaco. Ni por sus decisiones. Y no es que me olvide de las ficciones con que la puta oligarquía, en posesión de los medios, ensució toda su obra, pero hay que ser honestos y acordarse de que tampoco dábamos demasiado quienes sabemos saltar la opereta mediática. Y si el flaco cumplía, igual tenía que pasar otra prueba.

No hablo tanto desde la culpa como del sentimiento de la impotencia humana para ser una especie justa en todo momento.

Hablo de la complejidad de todo esto. De la coptación del sistema cultural, del dominio de los discursos, de su potencia ineludible.

Por más angustia que tenga no me puedo culpar por desconfiar del flaco al principio. Y mucho menos culpo a los demás. Después del retroceso alfonsinista, de la revolución productiva de Menem y las promesas del De la Rúa, que iba a ser el maestro, el policía y no sé qué más, de cada argentino; quién puede sancionar tal desconfianza.

Cómo se podía arriesgar, a priori, a favor de uno que llegaba de la mano de Duhalde. Cómo votar a Scioli vicepresidente. Cómo estar del lado de quien renueva las licencias al Grupo Clarín. ¿Era posible encontrar la aguja estratégica en el pajar de enemigos? ¿Había alguna posibilidad de sacrificar de nuevo la buena fe? ¿La entrega, el apoyo, la complicidad…? ¿Quedaba ánimo para volver a sentirse burlado, ridículo, intelectualmente desprestigiado?

No voté a Néstor para presidente. Pero no me voy a disculpar, como la titular de la LGBT, María Rachid. Me arrepiento, sí, pero pienso que el flaco va a entender que así como él tuvo que embarrarse más de una vez por la gobernabilidad o por el proyecto, en secreto, nosotros vimos a muchos otros irse a vivir al mismo lodo.

Nuestra desconfianza fue parte del mismo problema. Así como Néstor no podía ir contra todos como un kamikaze, nosotros no podíamos afiliarnos compulsivamente.

5.

Pienso, por ejemplo, en la necesidad de todos de recurrir a la TV para asimilar la realidad como se acude a una biblia. Me pasó a mí, le pasó a Penélope, a mis amigos, a la gente que cruzaba en la Plaza, a Diego Maradona. Hablo de una biblia escrita por el diablo. “Néstor no se murió/ Néstor no se murió/ que se muera Magnetto/ la puta madre que lo parió”, cantan en la Plaza.

Pienso en la instancia de poder que significa, no sólo por el hecho de la propiedad concentrada de los medios de comunicación y los sectores de producción cultural ni por el más grande monopolio ideológico que constituyen cuando se asocian, allí Clarín y su socio La Nación y su subsidiaria Perfil.

Hablo del decálogo moral diabólico que se filtra con cada relato. De la redefinición demoníaca del bien y del mal. Del nuevo complejo de fundamentos impuesto por la violencia pacífica y de su contundencia en el plano de los intereses particulares como en el de los de clase. Hablo de quiénes tiran la piedra y no esconden la mano, la usan para culpar a su enemigo.

Hay mil ejemplos, y de todos los colores.

Cuando los estudiosos de esta biblia comenten sus conclusiones, deberán explicar logros extraordinarios del dominio del sentido común y del discurso social.

Si la Biblia de Dios pugnaba por la comunión, la del diablo hace todo lo contrario. Se sabe desde hace mucho tiempo que el secreto del dominio es la división de los enemigos. “Divide y reinarás”, dice el dicho. Lo que se perfeccionó en estas diabólicas escrituras catódicas, al extremo de llegar a dividir hasta la misma unidad. El reinado perfecto es el de haber llegado a dividir hasta a los sujetos en sí mismos. Llevando a los individuos al extremo de manifestarse en su contra. Manteniéndolos ocupados en pelearse consigo mismos, perjudicarse, culparse, incriminarse, despreciarse, etc. Personal y generalmente. Contra sí y contra su grupo.

Mirando la televisión hasta los pobres temen a los pobres, los negros se acusan de negros y los argentinos despotrican contra los argentinos. Una biblia con un paraíso terrenal en Miami, en cuya historia negros, indios, pobres y otros, tienen menos alma.

Por temor a ser excluídos, son muchos los que toman como propias las certezas de las santas escrituras catódicas y llegan a autorechazarse.

El reinado del mal no necesariamente se caracteriza por una violencia mayor, como por los resultados de sus acciones.

El nuevo catálogo viste de traje al bien y con harapos al mal. Entonces, la vieja harapienta dirá “qué bien vestido está ese muchacho”.

Cuanto más cara es la marca que se usa, más cristiano se es, según la pantalla que reemplaza a la piedra de Moisés. La conciencia no está tranquila ya, si no está a la moda. Y estar a la moda cuesta y va en exclusivo beneficio de las oligarquías que las imponen. De modo que hacerse un bien sea posible siempre y cuando se haga un bien mayor a las corporaciones.

La política pasó al lado del mal, su práctica está sospechada, desprestigiada y fuera de moda. Perdió relación con la honra, la entrega, la lucha romántica, el bien común. Es asociada en la nueva ficción con una cosa de vagos, amoral, corrupta, peligrosa y sin elegancia. El ciudadano abandona así la única herramienta con que la democracia le permite defenderse. Y los poderosos se aferran a ella porque saben que es la clave de la dominación. Y ocultan su militancia. Develando que saben que están mintiendo con el catálogo. Los feligreses lo siguen, sin embargo, como chupados como una secta.

Sujetos que creen ponerse a salvo de los ámbitos políticos rechazan además a quienes participan e intentan rescatarlos como a un adicto. Escapan de los militantes como de los vendedores pesados. Inventan motivaciones espúrias detrás de cada opinión.

Quienes tienen buenas intenciones y se colocan del lado opuesto al de las corporaciones, aunque logren saltar el cerco mediático, no lograrán nada sin siquiera el apoyo de aquellos por quiénes trabajan.

Tampoco podrá avanzar en su cometido el dirigente que carezca de poder. Lo que quiero decir es que yo nunca me alié con Duhalde pero tampoco hice nada por los jubilados. Tampoco quiero estar cerca de Scioli o charlar con Mazza pero importa poco lo que quiera yo, si cuando quiero salud y educación pública, una Justicia independiente o una distribución equitativa, soy impotente para conseguirla.

Néstor también me enseñó eso, o me lo reafirmó. La importancia fundamental de la militancia, la prepotencia del trabajo, la prioridad de los objetivos comunes sobre el egoísta prestigio personal. Néstor recategorizó a la política argentina, demostró que es mentira que no sirve para nada y sumó a una prometedora juventud, lo que deberá ser recordado entre sus mayores logros. Lo que no puede perderse. Mucho menos ahora, con los resultados puestos, con la evidencia de los hechos.

Militancia y estrategia, prepotencia de trabajo y una dirección objetiva. La fuerza en pos de un plan concreto. No se juega la responsabilidad política en la belleza del discurso imposible. Quizás sean más bonitas las propuestas públicas de Jorge Altamira, por ejemplo, pero si nunca ha logrado consolidar ni una, son tan positivas para el pueblo como las del mal. ¿Cuál es el hombre más coherente con sus convicciones, entonces? ¿Cuál, el más responsable?


6.


La versión del catálogo diabólico ficcional, los medios en poder del sector corporativo, puso a cada iniciativa una mancha. La moda, el saber común indiscutible y la convicción de que lo políticamente correcto es el traje de opositor. Que no requiere deliberación. Es un corset tan seguro como estúpido. La piolada es estar en contra.

Entonces, el desprestigio de la política no es el único frente con el que atentan contra la soberanía.

Si la opereta periodística sola horada a cualquiera, con sólo mantenerse atenta a desvirtuar cada movimiento, no hace falta decir cómo daña en este contexto, en el que sólo es uno de los frentes que forma parte de un ejército temible.

Tenemos grabado en la memoria los fondos que el gobernador Kirchner depositó en una cuenta bancaria extranjera. Pero no el origen de esos fondos, ni cómo fue que el mandatario provincial logró que Santa Cruz ahorrara más de 500 millones, cuando al asumir el déficit ascendía a los 1.200 millones. Es decir que no era la primera vez que lo hacía, cuando sacó a la Argentina de la crisis.

Vimos la insistencia con la que lo mostraban con Menem, sin mencionar ni las regalías que obtuvo ni el período en el que estuvo contra Menem. Porque se puede decir que es más de lo mismo, si se recorta la historia. Por ejemplo, que como todos recortó los salarios al asumir la gobernación. Pero, la verdad recortada es una forma de la mentira. Y es mentira recordar el recorte y olvidar que, a diferencia de todos, en menos de un año los volvió a aumentar a niveles superiores.

Ese maltrato fue constante. Y efectivo. Recordamos cuando se discutió la 125 o la renacionalización de los fondos previsionales. Y escuchamos a algunos de sus propios perjudicados, repitiendo la versión que sus verdugos les vendían en los medios. “Sólo les importa hacer caja”, decían, como decían que era un títere de Duhalde o que lo manejaba su esposa. Y mucha gente compraba. Muchos, que en su vida habían vivido aumentos sostenidos de sueldos, que nunca oyeron de aumentos jubilatorios, que conocieron las colas para buscar trabajo… justificaban después su odio en el “carácter confrontativo” del gobierno.

Néstor se encargó de subrayar que la lucha es siempre a fondo. Desnudó la treta de los que piden paz sólo cuando no tienen seguridad de que van a ganar la guerra. El capital que siempre perjudicó a los sectores populares, que no reparó en violencias (económicas, físicas, estructurales, legales…) para mantener sus privilegio, lo acusaba de autoritario. Denunciaba ataques si se pretendía que pagara impuestos o intervenciones y atropeyos si se le criticaba las condiciones laborales. Los mismos que apoyaron ajustes, recortes, dictaduras, ahora querían mostrarse como víctimas. Algunas personas, incluso del sector popular, repetían la versión oficial de los medios privados como una opinión propia. Otros esperamos que la versión de que Guillermo Moreno atiende a los empresarios con un fierro sobre el escritorio, sea cierta y que los fierros asciendan a cuatro.


7.

Néstor enorgulleció a unos cuántos. Se ganó más adeptos a medida que los resultados iban sorteando el veneno mediático, y con cada promesa que cumplía. Terminó con la vergonzosa Corte Suprema y prometió una independiente. Cumplió. Prometió que no iba a reprimir la protesta social y cumplió. Se comprometió con los derechos humanos y bajó el cuadro de Videla. Se dijo que trabajar por los DDHH no es bajar un cuadrito y, aunque no se dijo que los juicios contra los represores fueron activados como nunca, igual cumplió. Asumió, como evoca Artemio, con menos votos que desocupados. Y recuperó parte del sistema productivo que, quienes le hacen la guerra contribuyeron a destruir. Y lo mismo con las reservas, hizo. Y con el FMI. Nadie se acuerda, pero en la Argentina antes de Kirchner se temía más al riesgo país que en Chile a los terremotos. Nunca nadie se atrevió a meterse con Papel Prensa y todos los gobiernos fueron perjudicados por Clarín, intocable a partir de ese monopolio. También fueron perjudicados los demás medios y hasta los canillitas, esquilmados. La gilada, no obstante, se hizo eco de los supuestos planes K para controlar a la prensa. Les digo gilada porque no es posible desconocer el control de la prensa ejercido por monopolios privados y hacerlo una bandera cuando -juguemos a que es cierto- el que lo hace es el Estado; ellos mismos.

Maradona es otra víctima del poder y sus armas mediáticas. Con su prestigio de prócer y todo le cuesta la batalla. No son pocos los pelotudos que priorizan la vergüenza que le causa un villero público antes que el orgullo de que sea el mejor del mundo. No sólo yo escuché a pelotudos con frases como “Maradona sería el más grande si cerrara la boca” o “es muy bocón”. El poder se sintió molestado y se dedicó a cosechar los prejuicios sembrados. Celebraron tanto sus hazañas como sus tropiezos.

El Diego dijo al salir del velorio de Néstor: “A estos contras, quiero que Cristina los pelee como los peleaba Néstor. Hay que matar la hipocrecía en la Argentina”. Y Diego es bastante permeable a la versión oficial de los medios. Pero igual se dio cuenta de que la causa de Néstor era de verdad.

Otro que lo vio trabajar y lo apoyó siempre, a pesar de sus peleas; que es extrapartidario y también sufre la saña de la prensa, es Luis D’Elía. Una vez rechazó mis temores sobre el entonces jefe de Gabinete, Sergio Mazza. Dijo que estaba tranquilo porque “¿sabés las horas de instrucción política que le dedica Kirchner?”.

Aquel salvaje favorito de los medios, el monstruo que cortó el alambre ilegal de los campos de Tompkins, el que tomó una comisaría impunemente luego de que fuera implicada en el asesinato, no impune, de un amigo, el patotero que le dio una piña a un socio de la dictadura; ayer lloraba como un nene. Lloraba un llanto desesperado, como lo son los de las tragedias. Como los que se vieron ayer por todos lados pero son extraños en las personas públicas.

“Duele fuerte”, dijo Evo. Un indio, un pobre negro para los normales de los medios. “No tengo consuelo, te quiero mucho Flaco”, twitteó Aníbal, detrás de ese bigote tan fuera de moda.

Los que saben de política, de historia, de la vida, en fin, los que no necesitan de la televisión para pensar, no encuentan consuelo por semejante pérdida.

Los otros, que además de estar bien necesitan que los diarios digan que están bien, para estar del todo bien, capaz que ni lloraron.

Kirchner también enseñó eso, que nada se compara con los prejuicios, con la fuerza de la discriminación o la droga de los privilegios. Más que prosperidad, muchos prefieren una posición distante respecto de otros. Y ello le sirve al Capital. Pero, también enseñó que los malos son pocos sin los traidores y que el secreto para aislarlos está en la obra de gobierno. Todos tenemos nuestra causa. Si el desempeño político es incesante y justo, tarde o temprano, van a ser tocados. Los prejuicios de la cabeza terminan derrotados por los consejos del corazón. Eso también me enseño.

Néstor se fue como vino, de repente. Pero dejó tanto en el medio que no me alcanzan los días de duelo para terminar de llorarlo. Y prometerme (y prometerle) pelear por su causa, abrazar la militancia, regalar la fuerza de trabajo a la causa y no al juicio del empresario. Con esa cara de pelotudo se rió de los prejuiciosos y demostró que hay una posibilidad de soberanía, de respeto, de orgullo, etc. Que nada tiene que ver con los valores del poder. Ni con las versiones favorables a sus intereses que convierten de prepo en sentido común.

Se fue, fiel a su estilo, de repente. Dejó cosas por hacer, no hubo tiempo. Pero ya no es el que se parece a Tristán, es Néstor Kirchner, el mejor político de esta época.

Hasta siempre Néstor, te voy a extrañar mucho. Y no me va a alcanzar la vida para agradecerte.

27 octubre 2010

Hasta siempre, compañero


Hay palabras
para describir este dolor
pero
es al pedo.
No es inefable
es inentendible.
Hasta siempre
compañero.


26 octubre 2010

El opio de los pueblos



Ayer, a eso de las 8 de la mañana, un revuelo de gente rodea a alguien de saco marrón y jeans claros que va por la vereda de una avenida porteña; saludándolo, palmeándolo o acercándosele con un comentario. A esa hora, más de 10 personas fuera del ámbito del transporte público, es un revuelo.

   Me pregunto si es un rolling stone o una estrella del Bailando… y descarto de inmediato la idea del político. San Nicolás no es barrio afecto a la política.

   Espero, y me sorprendo al ver, desde la vereda de enfrente, que del tumulto emerge el técnico de River, Ángel Cappa. Lo veo irse, siguiendo con los saludos, entre apretones de manos y gestos hacia las bocinas. Subo a mi trabajo y se lo cuento a los futboleros de la oficina.

   Siete horas más tarde salgo un rato antes, apurado por un trámite. Cruzo, mi diariero me demora con algún comentario político y casi me choco con el flaco alto que me arranca un “grande, Angelito, un maestro”. Cappa baja la cabeza, sonríe, dice “bueno, gracias, gracias” y se saca la timidez con tres palmadas fuertes en mi homóplato.

   Mientras le cuento al diariero quién era y que esa mañana también lo había visto de lejos, lo perdí de vista. A modo de excusa, de esas que nadie pide, le doy razones para mi cholulismo.

   Me acuerdo de José María Aguilar en la presidencia, de la lista de estrellas surgidas del semillero, a pesar de cuyos pases al exterior, el club terminó en la ruina (D’alessandro, Cavenaghi, Mascherano, Demichelis…). Me acuerdo de los Schenkler, de Daniel Pasarella en su peor faceta, la de técnico. Me acuerdo de la ropa del Cholo Simeone y de la esposa y del bañero; de la tibieza europea del chileno Manuel Pellegrini y del Pipo Gorosito.

   Me acuerdo de Tuzzio y de Ameli, de la suerte que no tuvo el Ogro Fabbiani y de la inexperiencia del negro Astrada para manejar grupos, empezando por el caso Ortega.

   “Tantos años esperé que River dejara de ser un papelón y volviera a jugar más o menos al fútbol, que a este tipo lo banco aunque la AFA lo bombee hasta el final y no saque un sólo resultado”, le dije al diariero. “Yo a Ramón, su menemismo, sus negociados, su pelea con el Diego, su cercanía con el lado malo… no lo quiero”, le aclaro, “pero, desde que se fue él que River no jugaba ni parecido a River, ni lo intentaba, hasta la picardía fue perdiendo”.

   También pensé en la parte de la hinchada y de los socios, celebrando a cada nuevo DT, indiferentemente de sus ideas y propuestas, para defenestrarlos invariablemente un mes después, en lo tremendamente poderosa que es la maquinaria del negocio y la facilidad con que se intoxican con cualquier noticia, en la desesperación por ir palpitando el fútbol y olvidarse del trabajo; pero no dije nada de eso.

   Llegó un joven y el diariero dijo “uh, mirá, este es otro de los arrepentidos de Pino”. El pibe, con barba y saco gris, se rió y quiso devolver la chicana, pero mi diariero se puso a contarme a los gritos que el otro había votado a Solanas. “Terminala, no me hagás acordar”, reclamó clemencia.

   Ví venir el colectivo, saludé rápido y troté hasta la parada.

   Conseguí asiento en el fondo, pero no podía dejar de pensar en qué piensa la gente, cómo elabora sus opiniones, cuáles son sus procedimientos para decidir el voto, el colegio de sus hijos o una frase en la feria… en fin, tengo tres inmensas dudas pesadísimas, culpa de Cappa:

1. ¿Son mayoría o minoría quienes suscriben o rechazan, eligen o descartan, benefician o perjudican; casi sin tomarse el menor trabajo de reflexión?

2. ¿Son más felices quienes perciben los elementos, los analizan y luego producen conocimiento, o aquellos que anteponen prejuicios, intereses, coincidencia con grupos afines, etc., catalogan los objetos en función de ello y luego producen los argumentos que sostengan tal o cual postura?

3. ¿Cuáles toman mejores o peores decisiones?