09 mayo 2007

Medicina alternativa

John Bandrick es un inglés al que le disgnosticaron cáncer y los médicos le aseguraron que no iba a durar ni seis meses. Agarró, vendió todo y se quedó sólo con el traje con que querían que lo enterraran.
Luego, como buen inglés, preparó todo para el velorio. Inscribió a su mujer en un curso para sobrellevar la pérdida. Sacó la plata del banco, vendió hasta las maquinitas de afeitar, juntó toda la plata y se decidió a disfrutarla.
Derrochó, se fue de joda -pienso en putas, putas con su mujer, putas a las que ni corrigiéndole un número del DNI británico, le dabas más de dieciséis, pienso en drogas, en wisky bourbón, en champagne francés-, un relajo.
A los seis meses no podía creer dos cosas. Ni que no tuviera más ni un mango, ni que no tuviera más los síntomas que lo hacían retorcerse sobre su páncreas. Fué al médico.

Los refutadores de leyendas, ortodoxos de la estupidez humana, en fin, los médicos atribuyeron la desaparición del cáncer a que, en realidad, habían diagnosticado mal. A pesar de los síntomas y las pruebas practicadas.

Bandrick y otros sabemos que lo que lo curó fue la terapia. Igual, le está haciendo juicio al centro médico. Todavía hay gente que la tiene clara.

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