18 diciembre 2009

Pa'l lado de los tomates

Este es un espacio que cree en la belleza, y que la concibe como una construcción y que, en tanto tal, un hecho político. También por ello, es algo inevitablemente dinámico. Que, a su vez, en su dinámica, resignifica constantemente sus atributos, sus valores, sus combinaciones, etc., y a veces, también, los conserva, refuerza, reafirma...

Así como este verano no vamos a ver a ninguna chica con una maya enteriza y con pierna, al estilo Mar del Plata de los '40, pero tampoco vamos a ver a ninguna con la maya By Deep de Patricia Sarán. Es evidente que no es algo relacionado estrictamente con la belleza, puesto que si en la época del destape nos volvíamos locos por el culo de Sarán, con el elástico poco más que a la altura de las costillas, no es que ahora hayamos hecho un curso de perfeccionamiento en recepción de belleza o en apreciación de culos. Y así, el resto de las cosas.

Antaño, a ningún equipo de fútbol, por ejemplo, se le ocurría pensar en un esquema defensivo. Era un deshonor, una vergüenza, era estar cagado... al nivel de rajar cuando había piñas. Era hasta peor que pegarle a una mina.

En el barrio donde nací y me crié había varios equipos. El más famoso, antes de que yo naciera sobre todo, era Oro y Plata. Después nací yo, aprendí a jugar, me llamaron del Resto de... y el Resto fue el más famoso, pero esa es otra historia.

En Oro y Plata jugaban, en su juventud, mi viejo, tres de mis tíos y varios de los vecinos que constituyeron el mapa barrial de mi infancia, cuando no eran ni mi viejo, ni su hermano, mi tío, ni sus amigos de la infancia, los esposos de las hermanas de mi mamá. Algún día me explayaré en el tema, porque me gusta. Y porque es muy rico en muchos sentidos. Ahora, a donde iba, porque más de uno ya se imaginará el contexto en que debía desde jugar hasta mirar los partidos, es a que no fue nada difícil, porque era cosa de todos los domingos, notar la molestia moral indefectiblemente rubricada con la puteada, cada vez que un jugador, cualquiera sea, hacía un simple e inocente pase atrás. "Va para atrás", "es un cagón", "así no vamos a ningún lado", "daaa, andá pa' delante"...

Ninguno de ellos jamás se definió como menottista, bilardista, o algo parecido. A pesar de que uno jugó bastante en la Primera A, suplente de Labruna, y otro se la pasa hablando maravillas de Carlos Bilardo, a pesar de ser hincha de Independiente, ninguno tuvo nunca una filiación ideológica en ese sentido. La única identificación era con los colores de su equipo. A lo sumo, ideológico era el berretín de uno de ellos que no podía dejar de repetir cada vez que Pelé había sido mejor que Maradona, cosa que siempre percibí como un gesto mitad generacional y mitad gorila. Pero esa también es otra historia. Una sola cosa logré reconocerle a Bilardo en toda mi vida, contraria a una posición del menottismo, que es su pregón de que a jugar al fútbol se aprende. Todo lo demás, sólo me indicó el lado incorrecto.

Algo pasó entre esa generación y la nuestra. Algo pasó para que no nos moleste un pase atrás, ni nos moleste salir a jugar sin win izquierdo, con un defensor por el lugar del 8 y otro, por el del 10. Algo pasó para que el potrero no sea más que información genética a ser manipulada en Europa, o para que los jugadores intratables se extinguieran del planeta fútbol argentino como dinosaurios. Para que proliferen jugadores a los que se les fomenta, por encima de todas las cosas, la humildad. Y esta, no queriendo referir otra cosa que sumisión y actitud servil.

Messi fracasa en la Selección porque no tiene a Xavi y Iniesta. Riquelme y Verón, por ejemplo. Di María como carrilero se cansa y se aburre tanto que suele desaparecer de los partidos. Y de 10 se pierde. Si hay seis número 6 en la cancha, los del fondo van a estar esperando el relevo de los que se le puedan ir a los defensores de la mitad de la cancha y no con la cabeza puesta en la salida rápida. Si Tévez tiene que ir a buscar la pelota a la mitad de la cancha y llevarla hasta arriba, en el área no va a tener aire ni para una gambeta ni para un pase justo. Lo mismo Agüero, al que la magia se le va a la mierda y a los centrales contrarios se les hace más fácil que jugar contra una escuelita municipal. Pero este tampoco es el tema.

El tema es que a pesar de soler creernos los mejores del mundo hemos entregado la soberanía futbolística, al igual que todas las demás producciones, al poder central de turno. Jugamos con sus sistemas. Y pasamos de la vergüenza de un pase atrás, aún jugando con cinco en ataque, a la vergüenza de atacar. O la vergüenza de hacerlo de un modo desmedido, o diferente del canónico. De la moda. Que, como el sol, siempre va de este a oeste y de norte a sur.

Cada tanto aparece un Angelito Cappa, un Juan Ramón Carrasco, un Coco Basile del '94 que, obligado o no, puso a cinco arriba y parecía invencible... pero, lo normal es que los jugadores, como tomates, se hagan de la riqueza natural del suelo que es el potrero y todos más o menos iguales, a gusto del consumidor, cuyos mejores exponentes serán de exportación y se pagará en euros.

Sabe el que leyó este blog que gustamos de los negros bocones, porque llevan sus certezas con prepotencia, con orgullo y con valentía. Porque se exponen, se incineran y se vuelven a levantar. Porque llevan el mensaje de soberanía en el modo de pararse, de mostrar el pecho o levantar la cabeza. Nadie en El Club del Fernet se deja confundir con valoraciones de sistemas o estirpes ajenas. Nunca preferimos un Beckham a un Garrafa Sánchez, ni a un Ballack antes que a un Román o la altura a la habilidad, o a la imagen del sacrificio de Mascherano antes del toque del gol a Servia y Montenegro. Nadie en este blog hubiera sacado a Riquelme del partido con Alemania ni hubiera seguido jugando el mundial de EE.UU. tras la salida de Maradona.

Sabe el que tiene algunos años del tiempo que hace que los tomates no tienen el gusto que tenían. Y la tele no puede traernos esas rojas y brillantes bayas, las más ricas y jugosas que se exportan, exclusivamente, como trae el fútbol de las estrellas nuestras cuando pasean sus bellezas por allá. Aunque uno no se hace tanto hincha del Inter o del Manchester City como de los goles y el protagonismo de los jugadores argentinos. Con el mismo berretín que goza al enterarse de que los tomates argentinos hubieran sido elegidos los mejores del mundo. O de Europa. Aunque no los vaya a probar nunca ni se dedique a la producción de tomates. Y aunque se rasque con refunfuños como "eso se lo llevan todo de acá, nosotros comemos comida de segunda", o "es una injusticia que un futbolista gane tanto". No pocas veces, en su versión extendida: "es injusto que un futbolista, que lo único que hace es correr atrás de una pelotita, gane una millonada, y un maestro se muera de hambre". De todos modos, muchos nos alegramos como idiotas cuando a cualquier argentino, así sea un tomate, le va bien. A la vieja conchuda, al empresario garca, al gerente nazi, al mecánico y al estudiante, es casi la única cosa que los une. No la política, no los consumos, ni la ideología, ni la religión, ni la defensa integral de la Patria ni la de la Industria Nacional siquiera, ni la ley, ni la justicia, ni la libertad... pero, bastará que alguien cuente lo maravilloso que creen en Europa que es tal argentino, y faltará poco para que todos los especímenes enemigos de esta sociedad nos tendamos en un abrazo emocionado de orgullo.

Todo esto, al pedo, para sostener el ánimo libre y soberano que nos caracteriza, incluso contra todas las posibilidades de ser leído hasta este punto, sólo para decir lo de siempre, que me gusta tanto el culo de Pato Sarán y su bombacha tan alta, como el de los calzones que usan ahora. Y me gustaría mucho más el diseño nacional para el culo argentino. Yo quiero decir que hay que tener personalidad y para ello es necesario pensarse y, entonces, mirarse, escucharse, entenderse, no ir hacia atrás para que no se enoje nadie, sino mirar atrás para entender, cosas como la vergüenza que le daba a tu abuelo ir para atrás con la pelota, o vaguear, robar, corromperse, pedir prestado o abusar de otro, por ejemplo. Todo para decir que Juan Román Riquelme es el mejor jugador del mundo y que Maradona es el mejor jugador de todos los tiempos y que tengo el sueño de que dirija la mejor Selección Nacional de la historia, y que quiero que Estudiantes de La Plata mañana salga campeón porque nuestra idea futbolística está más cerca de Verón que de Messi y nuestra otras ideas están con un equipo que jugó el campeonato local, como tomates de nuestro mejor potrero, pero que pudimos comer acá. Todo esto para decir que mirá lo que hace Di María si le abrís los espacios para que corra para adelante y no lo tenés corriendo al defensor contrario. Para decir que hay que terminar con la mentira estratégica de la fealdad, y encima ajena, porque hasta es muchísimo más aburrida que morir tratando la belleza nuestra.

3 comentarios:

El Doc 9 dijo...

voy a recomendar estas lineas porque resumen a la perfección mcuhas cosas,pero Fernet, ni una sola mención para Palermo, o no es el símbolo argento del que se puede, persevra y triunfaras. Abrazo para usted

Peralta dijo...

Doc, no entendiste nada

Ulises Dumond dijo...

Eh, Peralta, el tipo dice que va a recomendar el post y ud. considera que no entendió nada ¿?

Doc, Palermo es un tipo al que aprendí a entender con el tiempo.

Pasé del odio más profundo, una bronca impotente contra el que me parecía una momia horrible -futbolísticamente hablando- cuya máxima cualidad horrorosa se concentraba, no en su condición bostera, sino en la costumbre de arruinar equipos que jugaban bien al fútbol.

Se me hace que la fortuna es enemiga de la belleza. Nunca me produjo envidia, pero no podía soportar que su fortuna en el juego terminara arruinando una idea. Por lo general, una que a mi me gustaba más. Un gol con la canilla, con la nuca, con el culo...

Con el tiempo empecé a ver otras cosas, me di cuenta de que no es un mal jugador, sobre todo sin la pelota, y de que su cabeza piensa un fútbol mucho más lindo que el que su físico de tutankamon puede interpretar. Pero a veces le sale. Una genialidad o una pinturita divertida.

Coherente a su costumbre de hincharme las pelotas, justo cuando empiezo a encariñarme, tiene que pelearse con Román -o eso dicen- y entonces no me dan ganas de acordarme de Palermo. Como cuando se enojó con Verón por una cargada futbolera. Así que, grité como loco el gol de la clasificación, pero dejémoslo ahí.

No sé si es, como ud dice, "el símbolo argento del que se puede, del persevera y triunfarás", pero sí podríamos rescatarlo como ejemplo del que, a pesar de saberse diferente de la idea, el cánon o la moda, es soberano. Un ejemplo de amor propio. De perseverancia, pero en la búsqueda y la insistencia de que su cuerpo logre actuar lo que su mente disfruta. Lo que divierte a su cabeza.

Eso es estilo, personalidad, soberanía, en fin, auntonomía estética. Cuya dimensión política hoy se me antoja mucho más valiosa que el balón de oro y Messi juntos.

Pero, ya lo dijo alguien en un comentario anterior, alguien que prefiere a Palermo antes que a Messi, "de fútbol, poco y nada".